Sábado por la mañana.
10:05 am, sábado por la mañana,
nublado como siempre, un suave rocío que se agradece, un café cargado y mucho
líquido, mojarse la cara, ponerse la ropa deportiva, las zapatillas de última
generación compradas hace muy poco, el dispositivo electrónico que nos proporcionará
la música (esta vez sonó Slayer), poner el cronómetro en cero y partir. A los
primeros pasos se sienten esas molestias producto del desgaste de kilómetros y
kilómetros, el cuerpo está frío, hace frío, pero poco a poco van pasando los
dolores, los huesos y tendones se van acomodando y los músculos se van
calentando.
En mis oídos suena Tom Araya gritando blasfemias que incomodarían a ciertos ciudadanos
ejemplares, mientras espero en el semáforo la luz verde para seguir.
Luego de algunos minutos llegué a la
playita, rica, como siempre, me recibe con
su clásico olor a mar y una
infinidad de gaviotas. Hay más insensatos como yo, esta mañana en particular
hay más locos que de lo normal, corriendo, trotando, entrenando. Es anestésico
correr mirando el mar de reojo (tampoco hay q caerse por no mirar el camino),
pareciera ser que las ya tan comentadas y manoseadas endorfinas aumentaran su
producción.
Esta vez la idea era correr por gran parte
dela bahía, del Faro a la caleta de
Coquimbo, ida y vuelta, sin mencionar el trayecto de mi casa al Faro (ida y vuelta también) lo que no es
tan poco.
Hace tiempo que no corría escuchando
música, hacía tiempo que había decidido no hacerlo más, y está bien, porque así
uno se concentra en lo que hace, a veces me concentro tanto que caigo en un trance deportivo, hasta mantras voy
repitiendo mientras corro, pero esta vez y después de mucho tiempo, me di la
licencia de correr y escuchar los brutales riffs de Kerry King, nada mal para una nublada y fría mañana de sábado.
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